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domingo, 20 de agosto de 2017

En España, a veces, el cargo y La Razón vienen juntas. Sobre todo tras comprarla en el Kiosko de al lado...


"Juan Ignacio Pérez es biólogo como yo, profesor de la Universidad del País Vasco y un gran divulgador científico" empieza una entrada que me topé por facebook. Interesado fui a leerla y resulta que me topé conque la divulgación en este caso estaba relacionada con la política internacional. Y plasmaba (aquí lo podeis leer y también en *, abajo de todo) su parecer acerca de cómo ni la historia ni los tejemanejes políticos de Occidente podían estar relacionados con como muchos países árabes no supearon su Edad Media mientras que los cristianos sí lo habían hecho. 

Conclusión: Definitivamente, ser biólogo, rector y divulgador científico no te da licencia alguna para ser reduccionista, simplista y demagogo en temas políticos.

Una cosa hay que tener clara: que las titulitis y los cargos de los demás no te frenen a la hora de corregir sus mentiras, engañando con intencionalidad o por autoengaño propio inconsciente. Yo también soy biólogo y en este país no aspiro a mucho en ciencia por lo que he de decir que esto también me protege contra posibles temores al derrumbar ideas plasmadas por grandes cargos. Lo cual ya me ha pasado en ocasiones anteriores, véase el caso del biólogo Emilio Cervantes o el biólogo científico y sacerdote Francisco José Ayala

Sí, en España esto sigue siendo peligroso porque este reino ultracatólico en dónde el buen curriculum es haber sido ministro de energía o amigo de... deja aún mucho que desear por decirlo de algún modo.

Aquí pego lo que le contesté al rector. Entre comillas y negrilla están las aseveraciones simplistas sin argumento acompañado con las que me topé a las que respondo con la misma educación que de costumbre, pero sin miramientos, también como de costumbre. Pues estamos hablando de política y eso es muy serio:
 

“No vale invocar el colonialismo o el trato dado por occidente en el pasado”

Pues no veo por qué no decir toda la verdad, y solo quedarse con la porción con la que un europeo en principio se podría quedar más a gusto.

“Por similares situaciones han pasado muchos otros países y no han evolucionado de la misma forma”

Tal vez habría que preguntarse si esos países tenían inmensos yacimientos de petróleo y un estado inventado como el de Israel, repleto de personas de fés presumiblemente incompatibles históricamente, puesto sin que nadie se lo pidiese en sus tierras santas de la noche a la mañana.


“Es más, los países que financian el terrorismo son países muy ricos; no se pueden esgrimir la opresión y el sojuzgamiento como motivaciones de una acción liberadora desesperada”

Y esos países muy ricos mantienen sus emperadores o reyes o lo que fuere dictatoriales mientras los dictadores que no conviene a los países occidentales son expulsados por ellos mismos para que el negocio fluya. Habría que ver cuan apetitoso es que hayan países ricos no democráticos para negociar cnon occidente sin trabas democráticas por el oro negro y cuan preocupados están los países occidentales porque sus armas y dinero resultado de sus negocios lleguen a parar a la guerra santa esa. La Guerra Santa, la fé, la ingonrancia, la deseducación, la desesperación solo son medios muy eficaces, el fin siempre es económico-político, y los beneficiarios de ese banquete solo tienen una religión común: el dinero.

Espero que después de este comentario haya más personas que detecten una simplicidad y un reduccioismo asombroso para intentar desligar responsabilidades de algunas sociedades o nichos del mundo que estamos creando todos juntos, en palabras de otro como yo, biólogo… Reitero eso sí, que la fé y la ignorancia son los instrumentos más fáciles, baratos y eficaces de extender la desdicha en las sociedades humanas. El petróleo y el reduccionismo al argumentar no ayudan.




*


Sin perdón

Cuanto más mayor me hago más disfruto con las cosas sencillas. Me gusta contemplar el mar, ver cómo se suceden las olas en la playa. Me fijo en cosas que antes no veía, como la delicada arquitectura de una tela de araña cubierta de gotas de rocío, de la marea -como dicen en los pueblos de Salamanca- de primera hora de la mañana; me fijo y la admiro. Percibo los detalles de un amanecer hasta el último matiz; o me sumerjo en la melancolía propia de los atardeceres. Me siento en la terraza de nuestro local pub en verano, a la sombra de unos plátanos, y me quedo viendo el ir y venir de la gente. Escucho música cuando tengo la ocasión. Paseo con mi mujer por los parques de nuestro pueblo; reparamos en los cambios que produce el curso de las estaciones, y lo comentamos. Cada vez me gustan más esas cosas y otras similares. Podría decir que disfruto más de la vida, quizás porque cada vez me va quedando menos y soy cada vez más consciente de ello.
Conforme envejezco, también me duele más el dolor ajeno. Más sufrimiento me produce el sufrimiento de los otros, más cuanto más cercanos los percibo, pero en general, cada vez me sienta peor el mal de los demás. Y me producen especial desolación los atentados, porque quienes caen víctimas de un atentado se ven, de repente y sin haber hecho nada para merecerlo, privados de su bienestar, su salud o su vida, y no por accidente. No dejo de pensar en los familiares, personas a las que de repente las llama alguien, quizás un cargo político, quizás un funcionario, para decirles algo que los puede hundir de por vida. No quiero ni imaginar una situación así.
Los atentados, además, se hacen en nombre de una causa, de un bien superior, de una entelequia por tanto. En nombre de alguna causa han matado a mucha gente; en el País Vasco lo sabemos muy bien, durante casi medio siglo centenares de personas fueron asesinadas y miles convertidas en víctimas en nombre de una causa. En la historia de la humanidad ha habido millones de asesinatos y de muertos por diferentes causas: Tierra Santa, la verdadera fe cristiana, la república, la sociedad sin clases, la Jihad u otras.
Puedo quizás entender que alguien dé su vida por una causa, pero no puedo aceptar que alguien asesine en nombre de una causa. En realidad no puedo aceptar que nadie asesine por ninguna razón, salvo una, pero creo que la peor razón de todas es esa, una causa. Nadie, bajo ninguna circunstancia que no sea la defensa de la propia vida puede quitar la vida a nadie; nadie está legitimado para hacerlo; el derecho a vivir es el derecho supremo. Pero además, quien mata por una causa lo hace porque está en posesión de la verdad; la suya no es una causa más, es “la causa”; es tal el desprecio que siente por sus semejantes que, de hecho, para él no lo son, porque se arroga el derecho, la legitimidad, para matarlos, para quitarles su bien más preciado.
Ayer una docena de personas o más murieron y otras ochenta fueron heridas –varias de ellas de extrema gravedad- en un atentado terrorista. Quienes acabaron ayer con la vida de esas personas e intentaron hacer lo propio con decenas más lo hicieron, según todos los indicios, por una causa, por una verdad, por un credo. Ese credo es el Islam. Es cierto que no debemos identificar a todos los musulmanes con los fanáticos islamistas. Pero a mí no me basta con decir eso.
Un atentado como el de ayer no se cometió en nombre de la “religión”, se cometió en nombre de una fe en concreto. Conviene precisar esto, porque si se pide que no atribuyamos a todos los seguidores de Mahoma la misma condición siniestra de los terroristas, con más razón hay que exigir que no se atribuya la responsabilidad a quien no la tiene bajo ninguna otra consideración. Y el resto de quienes profesan alguna otra religión nada tienen que ver con esa barbarie. No, el atentado de ayer NO se cometió en nombre “la religión”.
No debemos pasar por alto que los países en los que el Islam es la religión mayoritaria se han demostrado incapaces de acceder a la modernidad. No han sido capaces de instaurar de forma estable y duradera regímenes en los que el respeto a los derechos humanos sea la condición básica y fundamental de la convivencia política. No vale invocar el colonialismo o el trato dado por occidente en el pasado. Por similares situaciones han pasado muchos otros países y no han evolucionado de la misma forma. Es más, los países que financian el terrorismo son países muy ricos; no se pueden esgrimir la opresión y el sojuzgamiento como motivaciones de una acción liberadora desesperada. Escuchen a Ayaan Hirsi Halí.
Y por último, repetiré algo que no por dicho miles de veces hay que dejar de decir. Los responsables de los atentados son quienes los cometen, los inspiran y los financian. No somos los que, en una tarde de agosto, de visita en Barcelona, queremos disfrutar de esos pequeños placeres de la vida: mirar el mar o fijarnos en una tela de araña, pasear, contemplar el ir y venir de la gente, comprar un helado, salir de copas por la noche o descansar en la Barceloneta al atardecer. No, nadie de quienes disfrutamos de las pequeñas cosas de la vida de esa forma somos culpables de nada. Tenemos derecho a esas pequeñas cosas porque es nuestra vida y hemos de poder hacer con ella lo que más nos plazca si al hacerlo no perjudicamos a los demás. Hablo en primera persona porque soy muy consciente -y creo que deberíamos serlo todos- de que cualquiera de nosotros podría haber sido asesinado ayer. Todos somos sus enemigos, porque todos, disfrutando en paz de nuestros pequeños placeres y sin una causa por la que matar, representamos lo que más odian los fanáticos: la libertad que nos permite disfrutar, entre otras, de esas pequeñas cosas.
Cada vez me afecta más la desgracia ajena; cada vez me duelen más los atentados y los muertos en los atentados. Cuando sé de un atentado como el de ayer me entra una congoja terrible. Debe de ser cierto que la edad ablanda.
Cada vez que pasan cosas como lo que ocurrió ayer en Barcelona me acuerdo de Will Munny, el ex pistolero protagonista de “Sin perdón (Unforgiven, 1992)”, la película de Clint Eastwood, cuando dice que “matar a un hombre es muy duro, le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría tener”.