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sábado, 29 de noviembre de 2014

Ciencia 1, ciencia ficción 0

Voy a poner un texto del libro que escribí, dado que no se ha publicado. En el texto con el link escrito en 1998 aparece algo que está muy relacionado con el propio link al cual enlaza y que confirma que la ciencia ya ha superado con mucho a las ideas de ciencia ficción. Lo cual es algo esperanzador para la humanidad por una parte y algo peligroso en cuanto al IA al menos...

El Límite, páginas 27-35




Había sido difícil sincronizar el tiempo y el espacio pero finalmente se había conseguido. Era posible viajar a otro tiempo de un espacio en concreto, con un margen de error mínimo y en el peor de los casos, imperceptible. En realidad, eso era lo que más me preocupaba. Si había un desfase demasiado amplio, podría aparecer a unos metros por encima del suelo o debajo de él, lo cual tendría la desastrosa consecuencia esperable para mi salud. Para ello era obvio que se requería del conocimiento sobre la posición de la Tierra en el espacio, la geografía y el terreno de destino en el momento de destino. Sin embargo, aún existía otro problema teórico que seguía siendo una incógnita, el mayor de los enigmas. Las paradojas. Se habían escrito miles de historias acerca de ellas y desde siempre habían sido una de las razones más importantes que llevaron a la mayoría de los científicos a convencerse de la imposibilidad de los viajes temporales. Se llegó a pensar incluso que los continuos intentos fallidos de los primeros viajes al pasado se debían precisamente a ellas.

-Ese era un campo nuevo de investigación y todavía no conocíamos las leyes que lo regían. Aunque se había probado el experimento temporal con fotones e incluso con objetos, desconocíamos las repercusiones de cambiar el pasado. De enviar un ser humano, me refiero.
-¿Y esas pruebas tuvieron éxito alguna vez?
-Claro, algunas tuvieron éxito.
-No eran pruebas repetibles, entonces.
-Bueno. Puede resultar extraño, pero aquellos primeros experimentos solo funcionaban únicamente cuando el resultado se obtenía en el momento en que habían sido realizados y no antes. Es decir, solo había constancia de que había sucedido el viaje temporal si no habían testigos directos que lo hubieran presenciado. El registro de una máquina era la única prueba válida que se tenía, y se averiguaba a posteriori. Aunque, hay una historia curiosa al respecto.
-Adelante. Explíquenos.
-Sucedió en nuestro laboratorio, unos años antes de que me incorporara al equipo. Por supuesto no está demostrado, pero se dice que en una ocasión, un técnico que trabajaba en el primer transformador dimensional encontró de improviso una taza sobre el receptor temporal  que evidentemente no debía estar ahí. Supuso que podría ser peligroso así que la retiró y la dejó sobre una mesa. Al día siguiente uno de los estudiantes la vio y la cogió para usarla en una prueba de transporte al pasado. Y sorprendentemente lo consiguió. La hizo desaparecer, sin que quedara rastro alguno de ella.
-¿Desapareció?
-Bueno, en realidad la taza no había desaparecido, seguía en el sitio pero del día anterior, y sería la que el técnico encontraría luego o antes, ya me entiende. Así que sin saberlo, ambos habían creado un bucle temporal para la taza. Y nunca la pudieron recuperar.
-¿Nunca la recuperaron?
-No. Evidentemente no la encontraron jamás porque se había quedado encerrada en el tiempo. La llamaron prueba 87 por el número de intentos realizados previamente, antes de aquel aparente éxito. Pero después de ese no hubo ningún otro resultado concluyente. Todos los objetos enviados al pasado se desintegraban misteriosamente.
-Quiere decir que explotaban.
-Más bien podría decirse que estallaban. Al fin y al cabo todo parecía seguir una secuencia temporal lógica. Cuando se fijaban en si aparecía o no un objeto de la nada y eso no sucedía, debía ser porque de alguna forma, al realizarse el experimento ocurría algún problema o algo que impedía que funcionara.
-Es extraño. Y sin embargo, dice que el experimento solo tenía éxito cuando nadie lo controlaba.
-Bueno, en cierto modo, también eso es muy coherente.
-¿Por qué lo dice?
-Verá, es muy sencillo. Imagínese que se sigue meticulosamente una de esas pruebas y se consigue enviar cualquier objeto unos minutos al pasado, este aparecería de la nada en ese tiempo, unos minutos antes de enviarlo, ¿no cree?
-Supongo. Claro.
-Pues bien, esa aparición supondría que por obligación alguien debería recoger ese mismo objeto y enviarlo al pasado, tras el mismo tiempo del intervalo del viaje temporal. El sujeto responsable debe hacer algo por destino propio, lo cual es incompatible con la teoría temporal. Y se crearía entonces una situación de paradoja probable. Bien es cierto, sin embargo, que la prueba 87 resultó una clara excepción a la regla aunque también es verdad que nadie pudo explicarla. Y precisamente por esa misma razón, muchos no la creyeron.
-Espere un segundo. Aclárenos lo de paradoja probable.
-Bueno, me refiero a que se abriría la posibilidad de que por cualquier razón pueda no suceder el viaje tras haber sucedido ya. Eso supondría una paradoja, y una paradoja es imposible por definición. Por lo tanto, la posibilidad de ese hecho no podría existir. Como consecuencia, controlando el experimento, el viaje temporal no ocurría.  
-O sea, más o menos viene a decir que lo imposible no puede tener ninguna probabilidad de que ocurra. 
-Sí, Así es. Y eso se traduce en que la única alternativa de que fuera factible un viaje al pasado sería de forma que no hubiese ningún testigo presencial del evento hasta que ya hubiera sucedido. Esa era nuestra conclusión, al menos en un principio. Lo cual al mismo tiempo recalcaba que el destino no podía existir y por lo tanto que el futuro no estaría predeterminado. Y en cierta manera, se corroboraba también la idea de que el tiempo podría modificarse. Pues según la teoría temporal, nada puede estar predeterminado a suceder.
-Espere un segundo. Lo siento pero no consigo comprenderlo del todo bien. En realidad está diciendo que los viajes temporales solo pueden suceder si el transcurso de los acontecimientos pasados no se ve alterado con el viaje. ¿Cómo diablos pretendían entonces cambiar la historia?
-Se equivoca. No he dicho eso exactamente.
-¿Qué quiere decir entonces?
-Quiero decir que los acontecimientos pasados pueden alterarse siempre que dichos cambios queden desapercibidos. Esa es la única condición para que algo así ocurra, esas eran al menos nuestras conclusiones teóricas. Piense que ningún acontecimiento puede ser motivo de sospecha de un cambio de rumbo en la historia cuando en verdad dicho rumbo es una auténtica incógnita.
-Pero no es una incógnita cuando ya ha pasado. Así que según usted, de todas maneras, el transcurso de la historia no se podría cambiar. ¿O acaso insinúa que tras el cambio temporal toda la historia posterior a partir de ese momento en realidad todavía no ha sucedido?
-Bueno, ¿qué creía que era un cambio en la historia sino precisamente eso?
-Se está contradiciendo, John.
-No, no es cierto.
-Veamos, algo que sucede pero no sucede no puede ser, como bien ha indicado antes. Tiene que admitir que es totalmente paradójico.
-Nosotros mismos supusimos eso. Pero nuestro planteamiento era equivocando, no en el fondo, sino solamente en la forma. En el punto de vista del problema. Todas nuestras conjeturas se basaban en la idea de que existía una línea temporal estable e imperecedera, y ahí estaba el error. Entonces nuestro trabajo comenzó a tomar otro rumbo, basándonos en otra hipótesis. Concluimos finalmente que no debía existir un solo transcurso de los acontecimientos. Que podían haber más. La física teórica ya admitía esa posibilidad desde hacía décadas. Así pues, la  generación de bucles sería debida a cambios en el tiempo en una misma secuencia temporal. Un cambio por un viaje al pasado haría que el futuro anterior, dejara de suceder. Pero también podría cambiarse la historia de otro modo.
-¿De otro modo?, ¿de qué modo?
-Generándose otra secuencia distinta. Otra línea temporal paralela o alternativa.
-¿Así que sugiere que ahora mismo está usted viviendo en otra línea temporal distinta de la que partió?
-Por supuesto. No es tan difícil de entender.
-Bien..., vaya, he de reconocer que es una teoría bastante elaborada, John. No muy original pero bastante elaborada, no puedo negarlo. Verá John, debe tener claro que esto no consiste en creer o no en lo que usted nos diga. Se trata de que demuestre lo que dice. Pero, prosiga, no discutiremos esto ahora, ¿qué ocurrió entonces tras los experimentos fallidos?
-Tras aquello, la investigación se centró únicamente en los viajes al futuro ya que el éxito de esos experimentos ascendía al noventa y siete por ciento.
Estamos hablando ya de cuando me incorporé al equipo. Debían probar directamente conmigo. Sabíamos perfectamente que lo que podía sucederme era una auténtica incógnita. Así como las posibles repercusiones en la historia que el viaje podría provocar. Y estas dos únicas razones fueron suficientes como para temer la prohibición de los experimentos por parte del gobierno tan pronto como se enterase. Además de ello, admitir el proyecto suponía declarar nuestro destino y resultaba imposible prever las repercusiones que ello podía causar. Podía resultar peligroso, y una crisis social era lo peor que podía ocurrir. Así pues, se llegó a la conclusión de que la situación debía estar plenamente bajo control en todo momento. Y por lo tanto, nuestras actividades debían quedar totalmente desapercibidas el mayor tiempo posible. Se decidió mantener entonces el descubrimiento totalmente en secreto para continuar con la misión. El éxito del proyecto dependía en parte de mantener una absoluta confidencialidad.
Les había costado bastante ocultar el proyecto a los ciudadanos y al resto de la comunidad científica. Aunque el gobierno se dio cuenta poco más tarde, lo habían logrado. Y espléndidamente. La noticia no se difundió.
-Pero sin embargo, acaba de decir que el gobierno se había enterado de lo que pretendíais llevar a cabo.
-Sí, aunque inesperadamente, en un principio decidió apoyar la empresa, y a partir de entonces, George Stiward fundó el Consejo, el cual, con la colaboración confidencial de las autoridades llevaría el proyecto a término.
-Un momento, ¿ha dicho usted, George Stiward? En el informe aparece solamente como Stiward. No me dirá ahora que se refiere al actual alcalde de Detroit, ¿no?
-Efectivamente. 
-Vaya, es..., sorprendente. Tal vez podríamos tomarle como testigo entonces.
-Dudo que eso sirva de nada, pues nadie es testigo del futuro excepto si provino de éste, y por lógica intuyo que George no ha viajado al pasado conmigo, pues de ser así no estaría ahora gobernando una ciudad, supongo.
-Ya veo, ya. Así pues, puedo suponer que no tiene ningún testigo.
-No, no hay más testigos aparte de mí.
-Bueno, me imagino al menos que los resultados de los primeros experimentos con viajes temporales sí fueron de dominio público.
-Sí, así es, todo el mundo había oído hablar de ellos antes de la guerra pero nadie les dio mucho crédito y tras la guerra, los viajes temporales siguieron considerándose una idea imposible de algunos cuantos locos ingenuos, y según la mayoría, nunca se podrían llevar a cabo.
-¿A qué locos se refiere?
-A Albert Einstein, Stephen Hawking, Richard Pool y William Clark, entre otros. Fueron ellos quienes nos dieron una nueva oportunidad.
-¿Einstein?
-Sí, desde luego. La relatividad especial de Einstein sentó las bases del movimiento temporal aunque ni él ni nadie en mucho tiempo lo habían sospechado.
-¿Cómo?, ¿Podría explicárnoslo para que lo entendamos?
-Bueno, esto será algo complicado, pero intentaré resumirlo de la forma más sencilla posible...
Verá, en términos generales, el universo escrito por la relatividad especial se basaba en que el espacio y el tiempo no eran parámetros constantes, que dependían de la perspectiva del observador. Esto se entendía y se explicaba por medio de una serie de ecuaciones en las que para su ajuste se requería de la existencia de una constante. ¿Me sigue?
-Sí, le sigo. ¿Qué constante?
-La denominada constante cosmológica. Un parámetro requerido para que las ecuaciones tuvieran sentido y que describía el Universo como algo estático en el que existía una velocidad máxima permitida, los 299.792 kilómetros por segundo, es decir, la velocidad de la luz en el vacío. Ese era el único factor que no dependía de ninguna condición de observación.
En definitiva, que la velocidad de la luz no varía respecto al observador. Quiero decir con ello, por ejemplo, que si se pudiera medir la velocidad de un haz de luz, el resultado sería exactamente el mismo independientemente de si el medidor fuera estático o si estuviera en movimiento, ¿entiende?
-Bueno… A decir verdad, he oído eso varias veces pero sigo sin comprenderlo.
-No importa, en realidad, nadie lo entiende. Más que nada porque no es cierto. Es el resultado de unas ecuaciones matemáticas que hasta la época aún no habían podido refutarse. Digamos que es el modelo matemático de la época, no hay nada que comprender, más allá de las ecuaciones. No es posible aplicar el sentido común o la intuición perceptiva con la física cuando se alcanzan ciertos niveles.
Con el paso del tiempo se llegó a demostrar empíricamente que la velocidad de la luz era constante en el vacío, al igual que se demostraron muchas otras predicciones de la relatividad. Parecía que la teoría era correcta pero como ocurrió con la mecánica clásica, la relatividad especial tenía límites en sus predicciones. Límites que no tardaron en encontrarse. Y todo esto tiene mucho que ver precisamente con ese valor inmutable de la velocidad máxima universal de la luz y con la constante cosmológica.
-Explíquese.
-Quiero decir que ese valor de la velocidad de la luz resultó no ser tan inmutable como parecía. Verá, todo el mecanismo del universo planteado por Albert Einstein se basaba en principios lógicos, racionales y totalmente precisos, en leyes coherentes e inmutables, si se cumplía la constante cosmológica. Las ecuaciones eran correctas si se consideraba al Universo como un ente estático. Pero resultó que el mismo Einstein no encontraba una explicación a la existencia de ese enigmática constante. Más allá de una explicación matemática, su presencia no tenía el menor sentido. Aunque él mismo había llegado a ella por deducciones progresivas, no estaba satisfecho con lo que había alcanzado y murió sin tener conocimiento de su equivocación. Finalmente se descubrió que la relatividad no explicaba todos los fenómenos que en principio debía explicar. Podría decirse que esto sí que es una constante en física.
-Espere que adivine, habla de los agujeros negros.
-Sí, efectivamente. Esos cuerpos fueron descubiertos tras su demostración matemática. Y a pesar de ser la relatividad precisamente la que los delató, curiosamente su posterior estudio empírico puso de manifiesto varias incongruencias con la propia teoría que si tuviese que detallar me llevaría dos o tres días. Esto se resolvió en parte por Stephen Hawking, quien se atrevió a concluir que los agujeros negros no eran una excepción de la relatividad, sino la prueba de que esta teoría no era correcta. El Universo de Hawking estaba en expansión y por lo tanto, la constante cosmológica carecía absolutamente de sentido.









Evidentemente, fue mucho más tarde, como ocurrió con la relatividad especial, cuándo se probó la teoría de Pool al descubrirse que en ciertas zonas del universo se estaba creando luz de forma espontánea, aparentemente de la nada, desde ningún cuerpo, estructura o explosión de materia. Por lógica, a esos puntos sin masa pero luminiscentes, se les dio el nombre de puntos de luz.
Como puede suponer, fue en ese momento, tras descubrir la existencia de este fenómeno, cuando comenzó una extraordinaria empresa científica cuyo éxito podía tener, como consecuencia, las más grandes repercusiones jamás imaginadas. El estudio de los viajes temporales.
Lógicamente, en principio se pretendía comenzar la investigación estudiando los agujeros negros directamente y de forma más exhaustiva. Pero era obvio que la lejanía del más cercano de ellos era incompatible con la realización de pruebas in situ, así que se decidió imitar a menor escala y de forma controlada las condiciones de uno de esos cuerpos en instalaciones preparadas para ello.
Y como ahora ya sabe, tras muchas pruebas fallidas, se consiguió finalmente enviar luz a través del tiempo. Así comenzó la verdadera exploración de los viajes temporales y fue continuada por nuestro equipo. Aunque esta fue truncada por la tercera, y más tarde por la cuarta guerra mundial. A partir de ese momento, cambiar el tiempo se consideró como nuestra última y definitiva oportunidad de continuar. Y aunque casi nadie era consciente de aquello, esos treinta últimos años de investigación temporal habían sido los decisivos.
El futuro que nos aguardaba tras el holocausto era una auténtica incógnita, auque no era muy esperanzador. Pese a todo, pocos se daban cuenta de la alarmante situación en la que nos encontrábamos.
Nadie parecía dar mucha importancia al aislamiento de las ciudades y a la disminución de la población humana en el globo, y debíamos mantener ese estado durante el mayor tiempo posible, al menos hasta que encontráramos una solución.

Entraron los médicos y los técnicos encargados de los equipos.
Me puse cómodo mientras me rodearon con sensores por los brazos y alrededor de mi cabeza al mismo tiempo que programaban y ponían a punto toda la maquinaria.
Fuera, tras las pantallas, tres hombres me observaban, eran Vincent, Peter y George, el máximo responsable del proyecto, quien abrió la puerta y entró con paso firme en la habitación.

George vestía un traje blanco y  llevaba puesta una corbata gris. Era un hombre mayor, serio y de gran talla, solía infundir un gran respeto a todo el mundo, tanto por su personalidad como por su aspecto. Denotaba seguridad, paciencia e impasibilidad. Le gustaba el corte clásico y siempre parecía usar la misma ropa, aunque esta la llevaba siempre impecablemente limpia.
-Hola John. ¿Qué tal está hoy?
-La verdad es que he estado mejor -respondí- Pero estoy bien de todas formas, teniendo en cuenta las circunstancias, gracias.
-Bien, escuche, esta es la prueba final. Intente relajarse. No le enviaremos al pasado todavía. Antes le transportaremos al futuro, unos cinco minutos. Si funciona estará listo para que realice su misión.
-¿Y si no funciona? -me atreví a preguntar. 
-Funcionará. Confíe en ello -dijo con serenidad, apoyando una mano sobre mi hombro.

-George Stiward era la razón por la que el Consejo había aprobado el proyecto y también era una de las razones por la que yo había aceptado aquel trabajo. Su temple, su calma y su perseverancia siempre le había hecho merecedor de mi confianza y de la de muchos otros. Era un hombre seguro de sí mismo y parecía ser capaz de controlar toda situación posible. Pero también era consciente de que esa situación era muy extraordinaria.

Su aspecto complementaba perfectamente con su personalidad. Pelo gris, un bigote espeso y unos ojos calculadores que transmitían la idea de que prestaba la máxima atención a su alrededor y lo analizaba todo con extremo detalle.
Era un hombre serio y sereno, y estaba convencido de lo que hacía. Mostraba siempre una abrumadora seguridad en todo momento. No había duda alguna de que él era la persona indicada para dirigir la empresa.
Asentí sin pronunciar palabra.
-Bien chico, suerte. La necesitaremos todos -y se alejó dejando paso de nuevo a los técnicos y doctores que terminaban de poner a punto los equipos médicos.
Finalmente estos también se fueron y cerraron la compuerta. Oí el cierre electrónico y al instante, las máquinas de alrededor comenzaron a funcionar autónomamente.
Oí ruidos y bips intermitentes, se encendieron las pantallas y justo enfrente vi mi pulso representado en una pared. Fue entonces cuando, por primera vez, comencé a ponerme realmente nervioso. Una jeringuilla se acercó a mi brazo izquierdo aproximada por una extensión mecánica y en cuestión de segundos comencé a verlo todo borroso, incluido a George, quien desde el exterior de la sala, frente al interfono, me decía algo referente a mantener la calma y de tener fe. Un solo pensamiento pasó por mi mente antes de quedar totalmente dormido; yo no era capaz de tener fe en nada.
-Hasta pronto -alcancé a oír. Tras lo cual se hizo el silencio absoluto y me rodeó la más completa oscuridad.